Qué difícil es reconocer que uno ha cometido un gran error, y encima de todo enfrentar las consecuencias inmediatas, cuando la voluntad está endeble y las emociones dialogan cada una en su lenguaje y nunca se ponen de acuerdo. Sí, me he equivocado muchas veces pero sólo hasta hoy puedo decir que fallé. Antes, no había sido yo responsable de los malos resultados en mis relaciones (llámense amigos, familia, pareja), pero esta vez debo admitir que nadie más que yo tiene la culpa de tan mala pasada. Y es que una se confunde... bueno, en realidad es el sentimentalismo lo que jode todo.

Cuando estás viviendo lo mejor, se te ocurre decir "me enamoré" o tal vez crees que te enamoraste... para el caso es lo mismo, pues mientras no descubras qué tan cierto es, por el camino vas metiendo la pata, diciendo y maldiciendo, hasta que te tropiezas con tus propias emociones; frenas cuando debes avanzar, y aceleras cuando lo razonable es quedarse estático.

Además, aunque haya buenas intenciones, nunca falta la hormona que te traiciona y entonces te transformas en eso que en la fantasía es equivalente a la bruja de Blancanieves: inocente y dulce por fuera, pero obsesiva y enferma de celos por dentro.

No hay justificación válida cuando actúas bajo el dominio de semejantes impulsos, porque al final de cuentas, aunque se trata de una reacción sensata, el resultado es lo que importa: tus sentimientos quedan en tela de juicio por tu dudosa madurez. Es decir, no puedes presumir de ser una gran persona y de dar lo mejor cuando en realidad sucede lo contrario (algunos lo llaman "celos absurdos").

Luego entonces, hay que pensar, entender qué es eso que sientes, por qué tienes determinadas actitudes; lo ideal sería no forzar, no esperar, respetar y jamás, nunca de los nuncas, condicionar el cariño, eso no es de amigos... así que ten cuidado o sufrirás las lentas y dolorosas consecuencias de exigir lo que no supiste dar.

¿Qué pasa cuando no asumes las consecuencias de lo que dices? Es decir, cuando cada palabra que expresas y cada atención que tienes con alguien causan un estímulo por demás previsible, ¿qué hace que después evites hacerte cargo de ello? La teoría que más me viene a la mente es que se debe al miedo de reconocer lo que uno es capaz de provocar. Honestamente, no quiero pensar que la única razón posible sea la más sencilla, a saber...

Poco tiempo pasó para que yo cometiera la misma tontería, pero... ¿cómo no caer si las palabras tienen su encanto? Dicen que no es lo mismo conocer el camino que recorrerlo, y hasta cierto punto yo lo conocía porque había observado la ruta que tomaban mis amigas, los atajos que mis amigos mañosamente construían y hasta las piedras que uno se podía topar. Tal vez la ingeniería de las emociones modificó lo que la lógica de mi observación percibió como algo obvio y fácil de andar. Fue como si entusiasmaran a un pequeño gato con la típica bola de estambre y su instinto de alerta quedara anulado por un momento..
Moraleja: no sólo basta con abrir bien los ojos, también hay que cerrar los oídos.

Infinidad de hombres y mujeres he conocido y tanto unos como otras tienen la curiosa característica de quejarse del sexo opuesto. Y sin embargo, después de lloriqueos, calificativos que descalifican, culpas demonizadas y autocompasiones ridículas, terminan por demostrar a todas luces y sin un ápice de vergüenza (probablemente porque no son capaces de procesar semejante información) cuán incoherente puede ser su actuar en comparación con su excelso drama previo.